El regreso de Lilith al Edén: una lectura posible de Leticia y sus fármacos. (O la dopamina del amor), del grupo Post
Leticia, al igual
que muchísimas mujeres en la actualidad, repiensa el mundo que la rodea todos
los días, se deconstruye. Y en ese repensar(se) está incluido el teatro.
Se da cuenta de que
el teatro de representación a ella no la satisface, que necesita más para
expresarse. La dopamina y la oxitocina que dice precisar para no deprimirse las
encuentra entrenando. Leticia es artista, profesora de teatro, de expresión
corporal y se llama Sabrina Tejada.
A partir de lo
empoderada que se sintió realizando un entrenamiento como intérprete en Tucumán
con el grupo Manojo de Calles, decide convocar a Belén Portero, Diana Sena y
Tomás Richieri quienes le habían expresado, en distintos momentos, sus ganas de
hacer teatro por primera vez.
Sabrina, que
nunca había dirigido, aprovechó estos cuerpos que venían sin vicios actorales y
con una enorme entrega para armar un grupo en el que realmente pudiera poner en
escena su visión del teatro y al que llamó Post. Este nombre de solo cuatro
letras contiene muchas intenciones: la ruptura de estructuras cristalizadas del
teatro de representación, como la distancia que hay entre actores y
espectadores en las clásicas cajas italianas (escenario tradicional distanciado
y elevado con respecto al público); el rechazo a la mímesis aristotélica, al
textocentrismo y hasta al ego de los actores.
Teniendo en
cuenta esta génesis, el resultado es muy bueno: una obra de creación colectiva a
partir de un entrenamiento físico de solo cinco meses que tenía como disparador
temas de rock, escenas cinematográficas, epitafios, textos anarquistas, y
cuerpos muy dóciles y expresivos.
El proceso
creativo fue como un collage, cada una de las seis escenas lleva por título el
nombre de la canción que la musicaliza. También fue como un cadáver exquisito,
pero no a ciegas como hacían los surrealistas, más bien fue un montaje de la
directora a partir de propuestas que traían todos.
Llegamos a la
sala de teatro y los límites tradicionales ya están desdibujados. Si la
posmodernidad es puro presente, la fiesta con la que nos reciben todos los
miembros del grupo se hace carne de ello. Luces de colores, música bailable y
la directora que arenga con un megáfono. En el centro hay dos mesas que forman
la letra L de Leticia, en ellas nos podemos servir manjares afrodisíacos como
frutillas, maníes, salame, caramelos de frutos rojos, vino tinto “Dada” (que
anticipa algo de lo que vendrá), y unas ricas sopas paraguayas para marcar
territorio. Todo el grupo, asistente de dirección incluido, como buenos
anfitriones incitan al público a involucrarse en la fiesta. Sin embargo, por
momentos, los tres intérpretes se mueven como un bloque, parece que será muy
difícil sumarse. Por más agite que generen solo un espectador muy osado se animaría
a meterse en ese trío.
Cuando entramos
todos bien en calor, la directora da sala por megáfono, los espectadores
participes (ya enfiestados) entramos a un galpón ambientado con luces azuladas
y humo que propone un rato de ensueño. Huele muy bien. Para que la experiencia
sensorial sea completa hay sahumerios en varios ángulos. No hay escenario, las
sillas están dispuestas en círculo y dentro de él hay unos pocos objetos
escénicos que generan un ambiente intimista. El espacio que oficiará de
escenario parece un simulacro de arena de combate que será franqueado por los intérpretes
en todo momento.
Una vez que
estamos todos sentados, los tres intérpretes y Sabrina ingresan muy lentamente,
casi como en una procesión, todos fumando. Las tres mujeres visten minifalda
negra, muy corta y ajustada. Belén tiene pelo rubio corto y rizado, y los
labios pintados de rojo. Sexy, pero con camisa. Diana de pelo morocho corto y
con flequillo, también tiene los labios rojos, pero en oposición a la camisa
blanca de Belén, ella lleva una musculosa negra ajustada y con un escote prominente.
Tomás es flaco, alto, plástico. Guapo pero no se excede en sensualidad; viste
pantalón, zapatos negros de vestir y camisa blanca. Su fuerte es la mirada y el
manierismo en sus movimientos.

Cuenta una
leyenda de la mitología hebrea que Dios creó a Adán y a Lilith en el mismo
momento y por igual. Lilith no aceptó estar acostada debajo de Adán teniendo
relaciones, porque alegaba que eran pares. Entonces, ante la actitud machista
de Adán que intentó obligarla a obedecer, ella lo abandonó y se instaló a
orillas del Mar Rojo, hogar de demonios. Luego de unos días en los que Adán se sintió
muy solo, invocó a Dios para pedirle ayuda y este envió a tres ángeles a buscar
a Lilith. Como no lograron llevarla de regreso al Edén, para satisfacer a su
primer hombre, creó de su costilla a Eva. La leyenda de lo que sucedió con
Lilith una vez que abandonó el Edén tienen múltiples versiones: madre de
vampiros, asesina de bebés, mujer promiscua, diosa diabólica, etc. Lo concreto
es que cualquier vertiente de este mito la ubica como antagonista de Eva, el prototipo
de madre y esposa ideal versus esta diabólica enemiga del hogar.
El que avisa no
traiciona, a partir de ahora desmenuzaré Leticia y sus fármacos,
con un objetivo claro. Por lo tanto, si el/la lector/a es un enemigo del
controversial spoiler, sugiero
guardar este artículo, reservar entradas para la próxima función, disfrutarla, sorprenderse mucho y, al día siguiente, volver a este punto a seguir leyendo
(seguro se seguirá sorprendiendo). Pero hay otra opción para quienes aún no
vieron la obra, pueden seguir leyendo ya que la propuesta del grupo Post es
realizar una obra performática que no busca iluminar verdades y confluir en
sentidos cerrados. Es una invitación a ser parte de la obra y vivenciarla; por
lo tanto, aunque esta nota desnuda la pequeña historia que contiene Leticia, sepa que las sensaciones y las
emociones que proponen son intransferibles, y tendrá que estar ahí cerquita
para vivirlas.
En la primera
escena, Belén yace muerta, recurso brechtiano que anticipa el final, pero en
ese momento cabe pensar que murió masturbándose, la petit norte, como le dicen los franceses, o el pecado original
cometido por esta Eva contemporánea y chaqueña. En la escena siguiente, Tomás
aprovecha la muerte de Belén y persigue a Diana acosándola sexualmente de
manera brutal. Ella escapa y lo amenaza con una enorme lámpara de pie que logra
frenarlo (al igual que Lilith cuando abandonó a Adán). Tomás, desconcertado,
encuentra una soga y comienza a tironearla. Aparece Belén con una cabeza de
burro sobre la suya, atada a la rienda. Tomás como un jinete la arrastra por el
espacio, al principio con esfuerzo, pero cuando consigue domesticar su hallazgo
se pasea erguido mostrando orgulloso su conquista: consiguió a su Eva. Seguidamente,
se dan secuencias que denotan el amor romántico, Tomás intenta suicidarse hasta
que se cruza con Belén que lo salva; se desean; se aman con ternura; y él la
acuesta en el piso y la vuelve a levantar, una y otra vez (como no pudo hacer
con Diana) y ella se ríe gozosa. Hasta que el encanto se rompe cuando aparece
Diana (o Lilith en su regreso al Edén), lo acusa de burgués y atrapa a Belén para
someterla a maltratos y humillaciones. Durante esta tortura, Tomás solo será
espectador hasta convertirse en un anarquista que la rescata para otorgarle una
hipotética libertad en nombre del amor verdadero. Logra rescatarla y los
destellos de amor romántico vuelven a aparecer entre ellos. Solo por un rato,
hasta que Diana con máscara de burro sobre su cabeza asesina a Belén, y consigue
que Tomás tenga relaciones con ella, pero esta vez a su manera. En esta última
escena erótica, las fantasías sexuales aparentemente son quienes legitiman que
el acto sexual se concrete encima del cadáver de Belén, pero la crítica a los orígenes
religiosos sigue latente, ya que llevarán a la difunta en andas con los brazos
colgando como figura sagrada con la que gozarán inmensamente.
Las referencias
cinematográficas son múltiples: Sabrina como un narrador anuncia cada escena y
enuncia algunos textos; la estética de Pulp Fiction; el final tiene un aire a
desenlace policial hollywoodense; y la más directa es el homenaje a un “Perro
Andaluz” de Luis Buñuel. El momento en que Tomás arrastra con riendas a Belén,
que lleva puesta la cabeza de burro, es una adaptación de cuatro minutos de esa
película de culto y la directora lo menciona con cierto orgullo: “del 8 al 12”.
Además de esto Simone Mareuil, la protagonista del famoso cortometraje
surrealista, abandona la habitación sacándole la lengua al ciclista (Pierre
Batcheff) que había rescatado y que luego la había acosado, y pasa directamente
a una playa marítima donde la espera un hombre. Curiosamente abandona al
opresor igual que Lilith para irse al mar. Lo más llamativo es que así como la
historia de las religiones creó y condenó a Lilith como perversa y diabólica,
el destino final de Mareuil fue un espantoso suicidio que nos recordará la caza
de brujas realizada por la Iglesia en la Edad Media: se prendió fuego con nafta
en la plaza pública de su pueblo natal.
No deben ser tan
casuales estos hilos invisibles que unen a estas mujeres. Vivimos en una región
bastante conservadora y a esto hay que agregarle que la autora de esta pieza es
de origen salteño. Mi mirada a esta obra teatral escrita y realizada en la
moderna Resistencia (que en términos culturales es “la pequeña Buenos Aires del
NEA”) es desde la ciudad de Corrientes, que junto con Salta pelean el podio del
conservadurismo. En nuestra región, como en la obra, conviven el pasado lejano y la
contemporaneidad; como el tradicionalismo católico de la ciudad de Corrientes y
la experimentación cultural de la híbrida ciudad de Resistencia; como el mito de
Lilith que el catolicismo niega y las Leticias que cuestionan lo establecido y se
repiensan todos los días; como las escenas fragmentadas y la representación del
asesinato. Conviven como en el primer epitafio que Sabrina escribió cuando
tenía 18 años y hoy recuerda: “El delirio del ángel, la paz del maldito. Un último
alarido de fe, sueños de un drogadicto. Un veneno galopante, un hada vestida de
negro tocando un rock and roll”.
Natalia Schejter
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